En un bello rincón de un valle, donde el sol acaricia las colinas y las aguas del río cantan, vivía un campesino con el sueño de cambiar su suerte. Decidido, se acercó a su vecino, el poeta, y le dijo:
- Amigo, deseo vender mi finca para marcharme a la ciudad. ¿Podrías escribirme un anuncio que haga justicia a su belleza?
El poeta, inspirado por el amor a la tierra, aceptó y escribió:
"En el corazón del valle, donde la tierra abraza el cielo, está la finca donde los sueños florecen. Aquí, cada amanecer pinta de oro los campos, y el susurro del río acompaña las noches. Este santuario de paz, donde la naturaleza escribe versos en el viento, espera por aquel que anhela abrazar su esencia."
El campesino, al leer el poema, fue invadido por una profunda emoción. Las palabras del poeta despertaron en él un renovado amor por su tierra. Con lágrimas en los ojos, dijo:
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Nunca imaginé que mi finca pudiera inspirar tales palabras. Este poema no solo ha vendido mi finca a los ojos del mundo, sino que también ha vendido la finca a mi propio corazón.
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A veces, -respondió el poeta con una sonrisa-, necesitamos ver la belleza a través de los ojos de otro para apreciar lo que siempre hemos tenido.
El campesino decidió no vender su finca, comprendiendo que la verdadera riqueza no estaba en la ciudad, sino en el pedazo de paraíso que ya poseía. Y así, entre versos y verduras, el poeta y el campesino continuaron sus días, recordando que la belleza de la vida a menudo reside en la simplicidad de lo que nos rodea.